sábado, 24 de marzo de 2012

Y vuelta a empezar...

Hola queridos lectores, de cualquier parte y de ninguna, estoy de vuelta por aquí y espero poder estarlo con más asiduidad. 

Hoy quiero compartir con ustedes una breve historia extraída de un libro que leí recientemente que dice así:
La población de una ciudad en lo alto de una de las montañas desiertas de Herat, después de muchos años de desorden y malos gobernantes, está desesperada. No puede abolir la monarquía de repente y, al mismo tiempo, ya no soporta las muchas generaciones de reyes arrogantes y egoístas. Reúne a la Loya Jirga, como se denomina al consejo de sabios del lugar.
La Loya Jirga decide entonces que cada cuatro años elegirán a un rey, que tendrá el poder total y absoluto. Podría aumentar los impuestos, exigir obediencia total, escoger a una mujer diferente todas las noches para llevarla a su cama, beber y comer hasta más no poder. Se vestiría con las mejores ropas, montaría los mejores animales. En fin: cualquier orden, por absurda que fuese, sería acatada sin que nadie pudiera cuestionar su lógica ni justicia.
Sin embargo, al final de esos cuatro años, sería obligado a renunciar al trono y a abandonar el lugar, llevando consigo sólo a su familia y la ropa que llevase puesta. Todos sabían que eso significaba la muerte en tres o cuatro días como máximo, ya que en ese valle no había nada salvo un inmenso desierto, congelado en invierno e insoportablemente caluroso en verano.
Los sabios de la Loya Jirga imaginan que nadie se atreverá a tomar el poder y podrán volver al antiguo sistema de elecciones democráticas. La decisión fue promulgada: El trono del gobernante estaba vacío, pero las condiciones para ocuparlo eran duras. En un primer momento, varias personas se animaron con la posibilidad. Un viejo con cáncer aceptó el desafío, pero murió de su enfermedad durante el mandato, con una sonrisa en la cara. Lo sucedió un loco, pero, debido a su estado mental, se fue cuatro meses después (lo había entendido mal) y desapareció en el desierto. A partir de entonces, empezaron a correr rumores de que el trono estaba maldito y nadie más decidió arriesgarse. La ciudad se quedó sin gobernante, se instaló la confusión, los habitantes comprendieron que había que olvidar las tradiciones monárquicas para siempre, y se prepararon para cambiar sus usos y sus costumbres.    La Loya Jirga celebra la sabia decisión de sus miembros: no han obligado al pueblo a hacer una elección; sencillamente, eliminaron la ambición de aquellos que deseaban el poder a toda costa.
En ese momento aparece un joven, casado y padre de tres hijos. Acepto el cargo, dice.         Los sabios intentan explicarle los riesgos del poder. Le dicen que tiene familia, que aquello no era más que una invención para desanimar a los aventureros y a los déspotas. Pero el hombre se mantiene firme en su decisión. Y como es imposible volver atrás, la Loya Jirga no tiene más remedio que esperar otros cuatro años antes de llevar sus planes adelante.
 El chico y su familia se convierten en excelentes gobernantes, son justos, distribuyen mejor la riqueza, bajan el precio de los alimentos, dan fiestas populares para celebrar los cambios de estación, estimulan el trabajo artesanal y la música. Sin embargo, todas las noches, una gran caravana de caballos deja el lugar arrastrando pesadas carretas cuyo contenido va cubierto por tejidos de yute, de modo que nadie puede ver lo que va dentro. Y nunca regresan.
Al principio, los sabios de la Loya Jirga piensan que están saqueando el tesoro. Pero al mismo tiempo se consuelan con el hecho de que el chico nunca se haya aventurado más allá de las murallas de la ciudad; si lo hubiera hecho, si hubiera subido la primera montaña, habría descubierto que los caballos morían antes de llegar muy lejos (están en medio de uno de los lugares más inhóspitos del planeta). Se reúnen de nuevo, y dicen: Dejemos que haga lo que quiera. En cuanto termine su reinado, vamos hasta el lugar en el que los caballos hayan caído exhaustos y los caballeros muertos de sed y lo recuperamos todo.
 Dejan de preocuparse y aguardan con paciencia. Al final de los cuatro años, el chico es obligado a bajar del trono y a abandonar la ciudad. La población se rebela: ¡Hacía mucho tiempo que no tenían un gobernante tan sabio y tan justo!
Pero deben respetar la decisión de la Loya Jirga. El chico se dirige a su mujer y a sus hijos y les pide que le acompañen. Lo haré, dice su mujer, pero al menos deja que nuestros hijos se queden aquí; podrán sobrevivir y contar tu historia. Confía en mí, le responde.
 Como las tradiciones tribales son estrictas, la mujer no tiene más alternativa que obedecer a su marido. Montan en sus caballos, se dirigen a la puerta de la ciudad y se despiden de los amigos que han hecho mientras gobernaban el lugar. La Loya Jirga está contenta: incluso con todos esos aliados, el destino debe cumplirse. Nadie más se arriesgará a subir al trono, y las tradiciones democráticas serán por fin restablecidas. En cuanto puedan, recuperarán el tesoro que para entonces debe de estar abandonado en el desierto, a menos de tres días de allí.
La familia se dirige en silencio hacia el valle de la muerte, los niños no entienden lo que pasa, y el joven parece estar sumido en sus pensamientos. Suben una colina, pasan todo el día cruzando una vasta planicie, y duermen en lo alto de la colina siguiente.
La mujer se despierta de madrugada: quiere aprovechar sus últimos dos días de vida para admirar las montañas de la tierra que tanto ama. Va hasta la cima y mira hacia abajo, hacia lo que cree que es una planicie absolutamente desierta. Y se lleva un sobresalto.
Durante cuatro años, las caravanas que partían por la noche no llevaban joyas ni monedas de oro. Llevaban ladrillos, semillas, madera, tejas, especias, animales, objetos tradicionales para perforar el suelo y encontrar agua. Ante sus ojos hay otra ciudad, mucho más moderna y hermosa, funcionando.
Éste es tu reino, le dice el joven, que se ha despertado y se ha reunido con ella. Desde que conocí el decreto, sabía que era inútil corregir en cuatro años lo que siglos de corrupción y mala administración habían destruido. Pero estaba seguro de algo: era posible empezar de nuevo.
Espero que os guíe y os guste tanto como a mí. Hasta otra.

Luis H

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